Se fue otra Semana Santa cómo lo hace siempre: en un suspiro.
Atrás quedó el impresionante Palio de los Servitas y la Primera Salida Procesional del Nazareno de la Obediencia.
La Jerusalén más Gaditana desde el Barrio de San José, el clasicismo de las Penas y Humildad, el portentoso Misterio de Jesús Despojado y los aires Eucarísticos de Santo Domingo.
Atrás quedaron las emociones en La Palma, el Prendimiento en la Alameda, el Azahar de Amor y el leño de la Cruz franciscanas.
Atrás quedaron el poderío de La Piedad, la seriedad de Sanidad, el Caído que sueña con su Parque, Columna de Dolor en San Antonio y Presentado a Cádiz en San Pablo.
Atrás quedaron los Misterios del Miércoles Santo, Sentenciado en las Canastas, Aguas por el Campo del Sur, Salud para los enfermos en Santo Domingo y el Dolor de una Madre en El Caminito.
Atrás quedaron la ausencia del Huerto, el encuentro en la Calle Sagasta de Afligidos y Desconsuelos, el duende del Nazareno y el rancio caminar de Medinaceli.
Atrás quedó la Noche eterna del Perdón y Rosario, Reyes absolutos de La Madrugá.
Atrás quedó el regreso de Expiración al Falla, la majestuosidad y monumentalidad del Descendimiento, los aires italianos de Siete Palabras y el Silencio más absoluto de la Buena Muerte. Y justo detrás, María llora desconsolada en Santiago, por la muerte de su Hijo.
Atrás quedó el lecho de amor de Jesucristo, hecho urna de Plata y la Soledad de María en Santa Cruz.
Y atrás quedó, lo que da sentido a todo: La Resurrección eterna, con la que todos soñamos.
Atrás quedaron momentos únicos e irrepetibles, porque cada año todo parece que es igual, pero es totalmente distinto.
Feliz Pascua de Resurrección